Por Jaime Orozco Parejas, Cronista Municipal.
El surgimiento y desarrollo de las haciendas en Naucalpan se remonta a los siglos XVI y XVII. Dichas haciendas siguieron funcionando hasta la cuarta década del siglo XX. Existen registros de las siguientes en esta zona: la de San Nicolás, conocida después con el nombre de Echegaray; la de El Cristo o Santo Cristo; la de León o los Leones; la del Olivar; y las haciendas Molino del Prieto, Blanco y Río Hondo.1
Documentos coloniales y posteriores hacen referencia también a los ranchos, los cuales se diferenciaban de las haciendas debido a que las construcciones de los ranchos eran de menor calidad, además se dedicaban frecuentemente a la extracción de algún producto como leña y carbón, que eran enviados al casco de la hacienda principal. Asimismo, su extensión era menor, y el dominio sobre los recursos naturales era más débil que el ejercido por las haciendas.2 Algunas haciendas tomaron el nombre de sus poseedores, como la de San Nicolás. En 1741, don Francisco de Arriaga Bocanegra la vendió a don José Antonio de Echegaray, quien era un importante comerciante de la Ciudad de México, y familiar del Santo Oficio de la Inquisición.3 Otras propiedades de gran importancia en la época colonial fueron los molinos Prieto y Blanco, los cuales se consideran haciendas mixtas, ya que además de obtener productos agrícolas, se dedicaban principalmente a la molienda del trigo para la obtención de harina. Producto que mayoritariamente enviaban a la capital virreinal.
Durante la época colonial la relación entre indios y haciendas fue, de alguna forma, benéfica para ambas partes. Si bien las autoridades coloniales planearon mantener separados a indios y a españoles, lo cierto es que los indios fueron involucrándose cada vez más con el trabajo de las haciendas. Ahí eran contratados como trabajadores asalariados, conocidos en esa época con el nombre de “gañanes”. Estas relaciones se intensificaron durante el siglo XVIII, por lo que algunos autores han denominado a esta relación como simbiótica, ya que los indios no podían sobrevivir sin los sueldos obtenidos en las haciendas, y éstas no podían salir adelante sin el trabajo de los indios.4 Así, se puede afirmar que, durante el periodo colonial, las haciendas obtuvieron una sólida base que les permitió permanecer a lo largo de todo el siglo XIX y hasta bien entrado el siglo XX.